Hay secretarios
particulares que fueron idóneos. Que cumplieron cabalmente con la función y las
responsabilidades otorgadas. Que operaron proyectos ajenos y beneficiaron a
muchos.
Hay “jefes”
volutivos que solamente aprovecharon el cargo para sentirse. Que no supieron
canalizar el talento y habilidad a quien los apoyo y acompaño.
El secretario
particular idóneo, no llega por recomendación de “alguien”. Llega por méritos;
no por obra del azar, del favoritismo o por pertenecer algún “clan político”.
El colaborador
por excelencia mantiene las tres máximas:
·
Lealtad,
·
Secrecía,
·
Discreción.
Hay quien
es compensado, apoyado, impulsado en su carrea política y/o administrativa y
por ello alcanza y supera a la jerarquía en cargos.
Pero hay
quienes como el señalamiento de Gustavo Adolfo Bequer que: “Así pasan los años,
y me encuentran y me dejan sentado al borde del camino de la vida… ¡siempre
esperando!”.
La política
debe emplear a personas con esas características, son los más valiosos y menos
corruptos.
El que no
las cumpla, que no lo intente.
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